El S XXI podría ser calificado como el Siglo de Miedo, la corporatocracia, auxiliada por los medios de comunicación que la integran, han fomentado en las última década del siglo anterior y en este milenio todo tipo de miedos, miedos que corroen e inmovilizan al ser humano y a la voluntad del mismo de transformar la realidad.
Ciertamente hay suficientes indicios en este siglo para la preocupación y la alerta, pero también para la movilización y la toma de conciencia, para la transformación y la consciente valentía. También para la esperanza en el cambio de modelo social.
Siempre fue el miedo herramienta letal del poder, pero, en estos días, el miedo se algo más, es el muro infranqueable que ha diseñado Davos y las ocho personas más ricas del mundo que acumulan más riqueza que la mitad de la población del mundo más pobre, unos 3.600 millones de personas.
Cómo es sostenible una realidad así.
Cómo es posible que en la crisis del 2008 se resolvieran con fondos públicos las quiebras bancarias, al mismo tiempo que se desahuciaba a los deudores de hipotecas.
Solo el miedo, la coacción permanente y programada lo explican.
Mientras escribía el artículo me pregunté primero a qué tenemos miedo, pero fue más sencillo cuestionar a qué no tenemos.
Nos han inyectado en vena el miedo al terrorismo islámico, el miedo a perder el trabajo, miedo a un asteroide, a la crisis, miedo a las enfermedades, al cáncer, miedo al hambre, a los accidentes, a la violencia, a la locura, a la soledad y hasta a la felicidad. Miedo al otro, al diferente. Miedo al poder, a sus leyes.
La crisis y el terrorismo han facilitado que hayamos perdido y entregado numerosas libertades, derechos civiles y laborales. Y esas pérdidas, argumentadas desde los miedos hasta las hemos aceptado.
Dice N. Elías:
«Sin duda, la posibilidad de sentir miedo, como la de sentir alegría, es un rasgo invariable de la naturaleza humana. Pero la intensidad, el tipo y la estructura de los miedos que laten o arden en el individuo jamás dependen de su naturaleza (…) sino que, en último término, aparecen determinados siempre por la historia y la estructura real de sus relaciones con otros humanos»
Elías: El proceso de civilización.
El miedo atenaza, comprime, asusta. Sin embargo, el miedo tiene su hábitat perfecto en la colonia, es aquí donde se desenvuelve en su ecosistema predilecto.
“El miedo es entonces, sigue siendo, el arma mental más importante del mundo colonial. Los que trabajan en entidades públicas tienen que tener miedo, porque los ojos coloniales vigilan en todos los espectros. El mundo colonial sigue siendo el dueño de todo lo demás, incluso del mismo estado en construcción(…)El mundo colonial sigue siendo dueño de los símbolos y las ideologías de la sociedad. La prensa sigue reflejando ese mensaje. Entonces el miedo actúa con todo su poder mediático, colonial y de comportamientos tímidos en entidades del estado. Es decir, el poder del miedo es proporcional a la falta de identidad con nuestras naciones.
Max Murillo Mendoza: El miedo como fórmula colonial de dominio
Me confiesan algunos amigos que no colocan un me gusta en estos comentarios por miedo a ser identificados, a que se les asocie a determinadas ideas. Es ese miedo del que se acerca y te dice: “Yo colaboro, pero que no se sepa”
Miedos a que tu jefe sepa que tienes tal orientación política, a qué lo sepa el cacique alcalde. Ese miedo que lleva a mostrarse muy crítico con dos copas y serenarse inmediatamente si entra un amigo del cacique.
Un miedo que conduce a algunos a hablar bajo de independencia, por si alguien les escucha. Miedo al ridículo también, a que alguno haga burla de tus ideas, a que te ridiculice con la frase absurda de la españolidad: “de qué van a vivir”, cuando lo correcto es de qué no vivimos ahora.
Miedos que permiten auténticos reinos de taifas en islas y municipios. Miedo al “moro que puede invadirnos”. Este miedo es otro muro, el que ayuda a mantenernos ajenos al continente al que pertenecemos y, bien pensado, es un miedo infantil, irrisorio, es como el miedo al hombre del saco, pero sin saco.
Todos los miedos se convocan en la colonia. Miedo al fracaso, miedo a dirigir, a liderar, miedos y más miedos que congelan nuestra historia, que hace que seamos colonia aún en el tercer milenio.
No obstante creo que resta escaso tiempo para que los miedos dejen de tener hospedaje en nosotros y nosotras, el miedo transformado en valentía es una fuerza arrolladora, es audacia y compromiso, es conciencia militante. Ya no podemos acoger más miedo, ya solo queda liberarnos de ellos y arrojarlos como una fuerza creadora.
Miedo que tengan los otros, no nosotros.
En África, a doce de febrero del año del kaos.